Presentación en New York: Los Beatles prueban marihuana

Los Beatles aterrizan a las 3:02 de la mañana en el aeropuerto Kennedy de Nueva York donde son recibidos por 3,000 fanáticos que los esperaban. Fueron conducidos al Hotel Delmonico en Park Avenue y 59th Street cerca al Central Park, donde más fanáticos esperaban, aunque se suponí­a que su estadí­a era un secreto… y aunque era de madrugada. Los Beatles tendrán que tocar esta noche y mañana en el Forest Hills Tennis Stadium, clausurando un festival musical de más de un mes en el que se presentaron Barbra Streisand y Joan Baez, entre otros.

Una fan (de nombre Angie McGowan) le arrebató el medallón St Christopher de Ringo Starr mientras entraba al hotel. Los aficionados fueron dispersados por la policí­a a las 4 de la mañana. Cuando Los Beatles se despertaron más tarde esa mañana, miles de fanáticos más estaban afuera del Delmonico. Durante sus dos dí­as de estadí­a, de acuerdo a Derek Taylor, la central del hotel recibió 200,000 llamadas entrantes. El vestí­bulo y los pasillos fueron patrullados por oficiales de policí­a. Nadie pudo visitar la suite del sexto piso de los Beatles sin autorización completa.

Previo al espectáculo, Los Beatles ofrecen una conferencia de prensa, donde una arrepentida Angie McGowan devuelve el medallón robado a Ringo.

Los Beatles fueron trasladados al estadio Forest Hills en helicóptero, que partió tarde ya que el piloto no tení­a permiso para despegar. Subieron al escenario a las 9:50pm, más tarde de lo esperado.

Durante la presentación, una fanática (de nombre Mary Smith) logró burlar la seguridad y subir al escenario para prenderse de George Harrison.

La banda tocó las mismas 12 canciones preparadas para su tour americano: Twist And Shout, You Can’t Do That, All My Loving, She Loves You, Things We Said Today, Roll Over Beethoven, Can’t Buy Me Love, If I Fell, I Want To Hold Your Hand, Boys, A Hard Day’s Night y Long Tall Sally.

Tras su presentación, los Beatles vuelven al Hotel donde cenan en el comedor junto a Brian Epstein y Neil Aspinall. Derek Taylor entretení­a a la prensa y fotógrafos en la habitación contigua. Entre ellos estaban presentes Peter, Paul y Mary, The Kingston Trio y el DJ radial Murray the K, todos con la esperanza de conocer y tal vez festejar con los Beatles. También estaba presente el escritor Al Aronowitz, quien habí­a acudido junto a Bob Dylan y su road manager Victor Maymudes. Los agentes de policí­a impidieron que los tres entrasen a los ascensores del hotel hasta que Mal Evans llegara para llevarlos arriba. Los Beatles saludaron calurosamente a los invitados estadounidenses y les ofrecieron bebidas.

Dylan expresó su preferencia por el vino barato. «Me temo que solo tenemos champaña«, se disculpó Epstein, aunque habí­a otros vinos franceses caros y whisky y coca cola. Los Beatles comenzaron a pedirle a Evans que comprara vino barato, pero Dylan se conformó con lo que estaba disponible. En un determinado momento, los Beatles ofrecieron anfetaminas pero Dylan y Aronowitz se negaron y sugirieron fumar hierba en su lugar. Aparentemente Los Beatles ya habí­an probado marihuana alguna vez, pero ningún efecto fue tan fuerte como esta noche.

Peter Brown: «Brian y Los Beatles se miraron con aprensión. «Nunca hemos fumado marihuana antes», admitió finalmente Brian. Dylan miró incrédulo cara a cara. «Â¿Pero qué hay de tu canción?» preguntó. «Â¿La de drogarse?»
Los Beatles estaban estupefactos. «Â¿Cuál canción?» John logró preguntar.
Dylan dijo: «Sabes …» y luego cantó, «and when I touch you I get high, I get high…»… John se sonrojó de vergí¼enza. «Esa no es la letra», admitió. «Las palabras son: «I can’t hide, I can’t hide»…
«

Dylan y Aronowitz no eran muy buenos armando los porros, y mucha de la hierba caí­a encima del arreglo de frutas en la mesa de la habitación. Antes de encenderlo, fueron conscientes de la presencia policial fuera de la suite y los camareros del servicio a la habitación que entraban y salí­an, así­ que Dylan sugirió que se mudaran a una de las habitaciones, por lo que los diez se apiñaron adentro: Dylan, Aronowitz, Maymudes, Lennon, McCartney, Harrison, Starr, Epstein, Aspinall y Evans.

Dylan encendió el primer porro y se lo pasó a Lennon. Él se lo pasó inmediatamente a Starr, sin probarlo, por lo que luego que Ringo se lo devolvió, Lennon lo llamó «mi catador real«. No habí­an entendido que la polí­tica era pasar el porro así­ que Starr se lo quedó fumándoselo como si fuera un cigarrillo. Aronowitz le pidió a Maymudes -un experto armador- que roleara más porros, y pronto cada uno tení­a el suyo.

John Lennon: «No recuerdo mucho de lo que hablamos. Fumamos drogas, bebimos vino y, en general, fuimos rockanrolleros riéndonos, ya sabes, y surrealismo. Era un momento de fiesta.«

Al poco rato, Brian Epstein, uno de los que menos habí­a fumado, estaba haciendo bromas sobre sí­ mismo y el hecho de ser judí­o. También hablaba malas palabras, algo muy inusual en él. Paul McCartney más adelante recordará, que hasta cierto punto la droga parecí­a haber liberado ese lado en el que él querí­a encajar, mostrarse divertido y demás.

Paul McCartney: «George y yo estábamos sentados en esta cama y Brian estaba tumbado allí­ como tan pomposo, muy bien vestido y todo. Tengo esta imagen de él con un trasero en vez de boca, como un viejo vagabundo, tratando de ser agraciado con este terrible final de marica. De hecho, todos nos drogamos y nos reí­amos. Era hora de reí­r y éramos incontrolables. Y Brian se miraba a sí­ mismo y decí­a: «Â¡Judí­o! ¡Judí­o!». Le veí­a el lado gracioso. Era como si finalmente estuviera hablando del hecho. «Oh, soy judí­o. Lo habí­a olvidado»

McCartney se sorprendió por la profundidad de la ocasión, y le dijo a cualquiera que escuchara que estaba «pensando por primera vez, realmente pensando«. Le ordenó a Mal Evans que lo siguiera por la suite del hotel con un cuaderno, escribiendo todo lo que le decí­a (Evans mantendrí­a estos cuadernos hasta su muerte en 1976, cuando fueron confiscados y luego perdidos por la policí­a de Los Ángeles).

Paul McCartney: «Mal me dio este pequeño trozo de papel a la mañana siguiente y estaba escrito: «Â¡Hay siete niveles!» En realidad no estuvo mal. No está mal para un aficionado. Y nos morimos de risa. Quiero decir, ‘¿Qué demonios es eso? ¿Qué demonios son los siete niveles? Pero mirando hacia atrás, en realidad es un comentario bastante coherente; se relaciona con muchas religiones importantes, pero no lo sabí­a entonces.«

Tras muchas horas en el salón contiguo, Derek Taylor llamaba a la habitación para saber si ya podí­a hacer pasar a los otros invitados… pero le contestaba un Dylan malhumorado diciendo «Aquí­ la Beatlemania«. Lennon recuerda que Dylan intentaba conversar sobre lí­rica: «Él decí­a: «Hey, John, escucha la letra, hombre» ¡Olvida la letra! Ya sabes, estamos todos locos, ¿se supone que debemos escuchar las letras? No, solo estamos escuchando el ritmo y cómo se hace.» Taylor no podí­a lograr hablar seriamente con ninguno.

Derek Taylor: «Un loco con el más bajo de los acentos bajos de Liverpool respondió: «Ay, doanbingennywon inere kozweerorl oussuvaredz». Era imposible identificar la fuente, aunque solo podrí­a haber sido Neil, un Beatle o Mal; nadie más en Nueva York podrí­a hacer eso acento excepto yo«.

Finalmente, Taylor abandonó la suite, con una botella de coñac Courvoisier en la mano, pero al salir se encontró a Epstein en el pasillo. El estado de ánimo del gerente se habí­a oscurecido desde la hilaridad anterior, y él frunció el ceño al oficial de prensa: «Pagarás por esa botella, Derek. Esa es por tu cuenta«.

Taylor regresó para controlar a los invitados famosos y atender las llamadas telefónicas incesantes, hasta que recibió una llamada de los Beatles para que fuera a la habitación él solo. Cuando entró a la habitación todo se veí­a muy oscuro… pero encontró a los tres americanos, aún pasándose porros entre ellos. Brian Epstein, tambaleándose con una flor en la mano, como un loco, le dijo que tení­a que probar «estas cosas maravillosas que hací­an que todo pareciera flotar hacia arriba«. McCartney apareció, le dio un abrazo y le dijo que «habí­a estado allá arriba… allá arriba» señalando el techo.

Derek Taylor: «George me ofreció un cigarrillo. Me negué: «No, gracias, me quedaré con la bebida». Estaba bastante alarmado y sentí­ como mi deber «mantenerme normal», lo que sea que eso signifique en esta etapa de mi vida. George dijo: «Nos han encendido», y desde entonces hasta que me fui, tal vez 15 minutos más tarde, era un embrollo humeante de nuevas expresiones extrañas – «encendido, estoneado, llevado» – salpicado con las familiares «increí­ble, wow, fantástico, fabuloso, gear, hombre«.

Los reporteros, fotógrafos y demás invitados nunca pudieron acceder a la suite de los Beatles esa noche.

Larry Kane (prensa): «Ninguno de nosotros que viajaba con los Beatles lo sabí­amos«.

Al dí­a siguiente, y durante el resto de la gira, nadie mencionó su experimentación con el cannabis. La banda conocí­a el significado personal de la experiencia y se deleitaba en el hecho de que no sentí­an ningún efecto negativo.

Nota. Muchos de los detalles de este y otros eventos relativos a las drogas están disponibles en el libro «Riding So High» (2017) de Joe Goodden.

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