Arranca el juicio de el ex Beatle Paul McCartney y su todavía esposa, la ex modelo Heather Mills, sobre su divorcio que anticipa una complicada batalla judicial y es catalogado como el más millonario de los últimos tiempos.
Sonriente y vestido con un elegante traje oscuro, McCartney, de 64 años, saludó a los periodistas con un «Â¡Buenos días!» y accedió a la sala 47 del Queen’s Building, un edificio reservado para la tramitación de casos familiares.
El optimismo y la amabilidad del músico contrastó con el talante más áspero de Mills, de 39 años, quien, con gafas de sol y ataviada de un vestido de lana beige y un chaquetón gris, se presentó en el tribunal con rostro grave e ignoró completamente a la prensa.
El ex Beatle y su esposa asistieron a una vista estrictamente privada y, por consiguiente, celebrada a puerta cerrada, tal y como contempla la legislación británica, que prohíbe la presencia de la prensa en casos de divorcio.
No obstante, el nombre de los litigantes suele mostrarse en el tablón de anuncios del tribunal, aunque la vista de la famosa pareja aparecía listada sólo como un «caso» más, junto a un número de registro.
Entre tanto secretismo, la audiencia preliminar empezó este miércoles, cuando McCartney, según el diario «The Sun», ganó «el primer asalto de su amarga batalla de divorcio» al desestimar el juez muchas de las imputaciones vertidas por Mills.
De acuerdo con documentos legales filtrados a la prensa británica, la ex modelo alega, entre otras cosas, que su marido tuvo un comportamiento violento hacia ella en cuatro ocasiones, extremo que el cantante ha negado rotundamente.
Al término de la sesión, los abogados de la pareja no aclararon si el procedimiento preliminar ha terminado. Además, McCartney abandonó el tribunal haciendo el signo de la victoria, gesto que provocó todo tipo de conjeturas sobre si se refería, bien a un triunfo personal en el caso, bien a la declaración de una supuesta tregua con su mujer. Mills, por su parte, salió media hora más tarde que el músico por una puerta trasera reservada a los jueces, sin decir palabra y con el mismo rostro circunspecto que exhibió a su entrada en el juzgado.